Lo que dice Fedosy Santaella. Y un poco más

PEQUEÑO ENSAYO tembloroso para una contraportada

Soñé que me nacían vellos en las orejas, en la nariz, incluso espesos y largos en la boca, entre los dientes. Soñé que los cortaba, que los hacía desaparecer. Soñé también que abrazaba a Jacqueline, pero ella no dejaba de temblar. Mi nombre, por cierto, es Fedosy. Mi nombre me marcó de por vida, y es mi temblor, así como los temblores hicieron a Jacqueline. Los de ella no se pueden quitar con tijeras ni al despertar de un sueño, tampoco con un abrazo, porque no han nacido del miedo o del frío. Los temblores, los de su cuerpo, los de origen ignoto, la conformaron, son ella misma, su escritura, su estar en el mundo. Temblar, para Jacqueline, es descubrir, mirar por la grieta donde la realidad deja de ser una cosa sólida para convertirse en una vibración que estalla y reconstruye revelaciones y equilibrios. Desde la niñez, desde el miedo, desde la valentía, desde el amor. Desde la palabra. Porque, así como con la vida, así también con la literatura. Jacqueline Goldberg tiene rato llevando sus temblores a los géneros. En este caso, ha movido sus placas y ha desplazado la poesía y la narrativa y el ensayo y la escritura biográfica. El deslizamiento hizo nacer un texto que es un magnífico estremecimiento de las formas.

El cuarto de los temblores es un temblor en todos los sentidos, profundamente humano, profundamente literario. Abrace la lectura de este libro como si abrazara a la autora. Tiemble con ella, con sus confesiones, con su desnudo que vibra, oscuro y brillante, genial.

© Fedosy Santaella

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